Estuve allí en casa de unos amigos. Cuesta habituarse a la monotonía infinita de sus colinas tan sólo rota por las encinas que, cual gigantes pagados de su propio ego, desarman al espíritu más escéptico y poco receptivo; el agua del caño que mana límpida y apetecible todo el año, es motivo suficiente para volver; y el palomar de la fotografía despierta en nosotros un indescriptible sentimiento de melancolía por un tiempo pasado remoto e irrecuperable de gentes, historias y trabajos perdidos para siempre.
Estuve allí en casa de unos amigos. Cuesta habituarse a la monotonía infinita de sus colinas tan sólo rota por las encinas que, cual gigantes pagados de su propio ego, desarman al espíritu más escéptico y poco receptivo; el agua del caño que mana límpida y apetecible todo el año, es motivo suficiente para volver; y el palomar de la fotografía despierta en nosotros un indescriptible sentimiento de melancolía por un tiempo pasado remoto e irrecuperable de gentes, historias y trabajos perdidos para siempre.
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